El regreso de Chanel a Nueva York para la presentación de Métiers d’Art marcó un momento crucial para Matthieu Blazy, quien estrenó su interpretación de la colección anual dentro del andén abandonado del metro bajo el 168 de Bowery. La localización marcó el tono: cruda, cinematográfica e inconfundiblemente ligada a los ritmos estratificados de la ciudad. La casa transformó el inframundo del centro en un centro de transporte imbuido de Chanel, fusionando los códigos parisinos con la espontaneidad de la vida callejera neoyorquina. La puesta en escena reflejaba la complejidad de la visión de Blazy: glamour entrelazado con utilidad, artesanía de alta costura encontrándose con el movimiento cotidiano.
El desfile comenzó con modelos saliendo de un tren que llegaba, pisando el andén como los neoyorquinos que afrontan su día. Ese gesto definió la estructura narrativa de la colección. Blazy exploró el metro como un escenario democrático donde siluetas, personajes y estilos personales chocan. Interpretó esa mezcla a través de la ropa que oscilaba entre décadas y arquetipos: el traje preciso de una empresaria de los 80, la facilidad del individualismo del centro de los 70, el pulido cinematográfico de los archivos de la era de Hollywood de Chanel y fugaces destellos de viajeros contemporáneos. Era un tapiz urbano sostenido por la mano de obra de Métiers d’Art.
Tweed ancló la trama, pero su ejecución resultó especialmente elástica. El tweed con estampado leopardo—tejido en lugar de impreso—aportaba textura sin pesadez. Un conjunto de seda que imitaba el vaquero gastado hacía referencia a las técnicas de los años 20 que Chanel aplicó en su día a los vestuarios de escenario, que hacían ligeros y modernos para el vestuario actual. La sastrería tenía autoridad controlada: hombros fuertes y cinturas suavizadas, mientras que la ropa exterior jugaba con frontales estructurados y espaldas fluidas, dando a los abrigos una sensación de movimiento en lugar de rigidez. La ropa de noche cambiaba completamente el registro con fundas degradadas, faldas de vestido de gala hechas con enormes “pétalos” deshilachados y el brillo de las plumas que reflejaban las luces de los andenes como reflejos de ciudad sobre el pavimento mojado.
La fascinación de Blazy por el carácter produjo prendas que eran a la vez juguetonas y meticulosas. Una falda con flecos hecha con motivos invertidos del Empire State Building brillaba con un guiño sutil a la iconografía neoyorquina. La ropa de punto, a menudo arraigada en la moda deportiva estadounidense, parecía reinventada gracias a la precisión de Chanel: las camisas de cuadros bouclé con delicadas cadenas proponían una nueva forma de lujo cotidiano. Los accesorios añadían ligereza: bolsos con formas de tazas de café y estampados con caras de perros ofrecían un guiño cómplice a los hábitos del centro. Sin embargo, la colección nunca se volvió a disfrazar; en cambio, trataba la personalidad como una herramienta de diseño.
A medida que las miradas avanzaban por el andén, los talleres de los Métiers d’Art hacían sentir su presencia. El bordado, el trabajo en plumas, la sombrerería, el abalorios y los tratamientos especiales de cuero trabajaban en conjunto sin saturar las prendas. Lo que podría haber derivado hacia el maximalismo seguía siendo controlado, incluso racional, gracias al instinto de equilibrio de Blazy. Utilizaba adornos para realzar la silueta en lugar de decorar por sí misma, asegurando que la artesanía permaneciera integrada y no ornamental.
El impacto final del desfile residió en cómo reinterpretó la relación de Chanel con Nueva York. En lugar de repetir la grandeza de las presentaciones pasadas de la marca en el uptown, Blazy redirigió la narrativa hacia la energía cinética e improvisada de la ciudad. El resultado se sintonizaba con el lujo moderno: elevado, preciso, pero vivo a las texturas de la vida cotidiana. Si los Métiers d’Art de Chanel siempre han celebrado la virtuosidad de sus talleres, esta edición subrayó cómo la artesanía puede encontrarse con la cultura sin perder claridad.
La primera colección Métiers d’Art de Brazy para Chanel ofreció una fusión convincente de herencia y espíritu urbano. Sus puntos fuertes residían en su narrativa clara, su teatralidad controlada y su manejo innovador del tejido y la técnica. Aunque la amplia gama de referencias ocasionalmente produjo momentos de saturación visual, la mayor parte de la colección mantuvo la coherencia gracias a la disciplina de las siluetas y la excepcional ejecución de materiales. El equilibrio entre refinamiento y juguetón—siempre una tensión difícil—se sentía seguro y seguro. El regreso de Chanel a Nueva York no fue solo un gesto geográfico, sino creativo, demostrando que la plataforma de Métiers d’Art puede llevar la tradición al ritmo contemporáneo sin diluirla.
